martes, 16 de octubre de 2007

Una lectura de Cortázar


Por Gabriel Pabón Villamizar


Hace poco, en una entrevista para el periódico de Comunicación Social de la Universidad Javeriana, y preguntado sobre lo que había significado RAYUELA para mí, afirmaba:

"Leer RAYUELA supuso un mazazo. Y no tanto por la propuesta estructural, que le dejaba al lector libertad para construir su propio orden de lectura, sino por la puesta en escena que exponía: una confusa y lúdica búsqueda de valores por parte de Horacio Oliveira, personaje que también jugaba su propia rayuela saltando de una militancia a otra, bajo la sospecha que había en el mundo un lugar o un tiempo en el que él estaba esperándose a sí mismo. Horacio éramos todos; y Cortázar, a través de su personaje, le dio voz a las angustias de una generación que se movía entre varios escepticismos: la política, el tardío coletazo existencialista, el erotismo y sus revueltas, la sospecha metafísica, la sed de permanencia y de absoluto. Rayuela, Cien Años de Soledad y Pedro Páramo se constituyeron en los grandes monumentos literarios de la época, y nos abrieron los horizontes con la violencia de un relámpago; o, parafraseando a Miguel Hernández, de "un rayo que no cesa"... hasta el sol de hoy. "Posteriormente, conocimos sus cuentos, a los que volvemos siempre. "Continuidades de los parques", "El Perseguidor" y "Autopista Sur" son los más conocidos y citados; pero al lado de ellos, "Lugar llamado Kindberg", "Vientos Alisios", "Reunión", "El otro cielo", entre otros, no sólo nos deslumbraron con su técnica, sino que nos reconciliaban, a cada lectura, con sentimientos relegados o escondidos: el sobrecogimiento y la ternura que no depara el mundo; en fin: aquellas cosas que, no por inesperadas, podían haber estado agazapadas o presentidas en las profundidades del deseo. Después leímos "Cronopios y famas" y lo convertimos en un manual contra la pesadumbre y el conformismo; era la libertad hecha fiesta; era la invitación a ser creativos aun en los actos más anodinos y cotidianos. "Una reconciliación con la vida y sus infinitas posibilidades: eso era y es Cortázar".

Pero en la narrativa de Cortázar, la primera referencia que se nos viene a la cabeza – y tal vez la más conocida- tal vez sea uno de los relatos más cortos de su cuentística; es una pequeña obra maestra que ilustra a la perfección lo que es un caso, no sólo de metatextualidad y, más aún de metanarración, sino del recurso técnico del mis en abime (puesta en abismo), y en ese sentido puede ponerse al lado (respetando proporciones, magnitudes y momentos históricos) de otras obras que presentan metatextualidad: Don Quijote de la Mancha, Hamlet, y, en la cuentística, el recurso básico de la estructura de las Mil y una noches. Si en Niebla de Miguel de Unamuno el personaje central amenaza al final de la novela la existencia del autor, en el cuento de Cortázar el personaje agrede al lector y lo mata. En ese sentido, Cortázar alcanza en su relato un grado de perfección y de maestría difícil de superar.

Pero ese recurso de mostrar el revés del guante y adentrar al lector en otra dimensión de la realidad, es una constante en gran parte de sus cuentos. Atrapa al lector en la ficción mediante el trazo ágil de personajes y situaciones, y cuando el lector está sumergido en esa realidad, lo empuja a otra dimensión donde lo fantástico es posible. La figura que mejor puede ilustrar este proceso es la del “agujero negro”, imagen que debo a Lucas Vertelli. Los cuentos de Cortázar son con agujeros negros: su gran energía atrae al lector, que ya no puede salirse la fuerza gravitacional del relato, y en el momento de mayor atracción y adentramiento veloz, y casi sin que apenas se de cuenta, puede estar en otra dimensión de la realidad, en un universo paralelo donde la existencia del co-rrelato es posible.

Un excelente ejemplo de este recurso es el relato Lejana. En él, Alina Reyes siente una inexplicable pero ineludible fuerza (en fin: una pulsión, como se denominaría en psicoanálisis) que la conduce nada menos que a visitar un puente desconocido en Budapest; en la mitad del puente encuentra una mendiga; una mayor aproximación conduce al contacto físico, y este a traspasar la barrera de la identidad, de tal manera que quedan trastocadas - o, mejor, troqueladas- las identidades. Yo veo en ese recurso una alegoría de la labor del escritor: el esfuerzo de imaginar otras vidas, casi compulsivamente, la obsesión de meterse en otro pellejo, hasta el punto de poder dar testimonio de vivencias que no por ser excepcionales dejan de ser transmisibles y comunicables. Ese mismo mecanismo se hace presente en Axoltol, en el que, en un momento determinado un personaje, que puede ser espectador humano de un zoológico, trastoca su identidad con quien puede ser la bestia tras las rejas; y decimos “puede” porque esa es otra de las particularidades de Cortázar: saber jugar con la ambigüedad de sus personajes, incluso con cierto matiz de indefinición, que es el mismo que opera en La Casa Tomada, o en Cefalea.

A propósito de Cefalea, el dramatismo e, incluso la catástrofe y la tragedia también están presente en los cuentos de Cortázar sin que en ellos se abandone el tono lúdico y coloquial. La enfermedad, por ejemplo, conforma uno de los temas que Cortázar desarrolla con especial ingenio y originalidad. En Cefalea, la narración en primera persona de plural, gira en torno a dos ejes temáticos: el cuidado que el grupo debe hacer de las mancuspias, y los dolores de cabeza (en el sentido literal y figurado) asociados de manera misteriosa a ese cuidado. El rol de los personajes se define con un nombre propio: el nombre de cada enfermedad, que los distingue unos de otros: Aconitum es un personaje; Bryonia el otro; Nux Vomica un tercero En ocasiones, el nombre es genérico: comprende a un grupo de individuos que padece la enfermedad o cuya sintomatología presenta rasgos análogos. Los remedios para combatir las clases de cefalea son marcadamente fantásticos: consumo de arena, por ejemplo. Gran parte del encanto del relato es que está dicho de manera casual, casi coloquial. Lo fantástico no está abordado como tal, sino de manera natural, y, entonces, el narrador desplaza la importancia o en énfasis de su relato a cuestiones derivadas, dificultades corrientes. La cefalea en realidad no es tal: es decir, no se manifiesta como dolor, sino como sensaciones de mareo, vértigo y distorsión de la realidad. Es una distorsión de la realidad contada sin pánico ni dramatismos, sino en el nivel de gravedad que podría tener una molestia menor, como un catarro, un resfrío común o una alergia. La evolución de la enfermedad conduce a una lenta mímesis entre la causa primera y el síntoma; entre el objeto y su connotación, creando aquí una especie de mis en abime potenciado por el hecho de que el manual en el que consultan la enfermedad, habla de una manifestación final de la cefalea: el crotalus cascavella , alusión metafórica para referirse al efecto alucinante del veneno y a la circularidad de los síntomas, y de la misma situación: Algo viviente camina en círculo dentro de la cabeza (Entonces la casa es nuestra cabeza, la sentimos rondada, cada ventana es una oreja contra el aullar de las mancuspias ahí afueran)

Otro tema de especial interés en la cuentística de Cortázar es el de la escritura y la lectura. Inmediatamente vienen a la mente dos relatos: “El Perseguidor” y “Grafitti”. En el primer relato Cortázar escribe sobre un escritor, pero el personaje no es tanto el escritor sino el personaje referente de su escritura; es decir – y esa es la impresión que se lleva el lector- su víctima. El tema es la deslealtad e, incluso, la manipulación que suelen hacer un biógrafo de su personaje escogido. En ese sentido, independientemente de otros méritos, uno de ellos es la inolvidable develación que hace Cortázar de una modalidad de la fetichización de la escritura, y tal vez la más extendida: la fidelidad de los discursos históricos y rememorativos de eventos y personajes.

Hemos citado algunos ejemplos de los recursos utilizado por Cortázar en sus cuentos, y que son indicativos de la gran complejidad y profundidad de sus planteamientos que subyacen bajo una forma que le llega fácil al público, y que puede resumir gran parte de su escritura: la creación de ambientes cercanos, familiares al lector, pero al mismo tiempo cargados de planteamientos profundos e inquietantes.

En fin: leer a Cortázar es adentrarse en una dimensión donde la realidad de todos los días no es ese lugar seguro que todos creemos; una dimensión donde las cosas, los hechos, las personas puede saltarnos (y asaltarnos) la imaginación para mostrarnos asombrosos matices de su potencialidad. Cortázar es una grata manera de aceitar la imaginación y reconciliarnos de una manera amable con la riqueza de la vida.

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